lunes, 29 de enero de 2018

La guerra de los mundos

   Ya que la semana pasada disertábamos aquí sobre la última producción de Steven Spielberg, Los archivos del Pentágono (id., 2017), he pensado que hoy podríamos valorar en forma de review uno de sus títulos más singulares: La guerra de los mundos (id. 2005). En efecto, aunque no se trate de una de las mejores películas de este gran director, sino simplemente de un film artesanal, como decíamos en el anterior post que ya es su costumbre, encierra una curiosa enjundia que nos pudo pasar a todos desapercibida en el momento de su estreno. Por otro lado, la singularidad de este largometraje también radica en que se trata de una obra que retoma un aspecto de la filmografía del cineasta que él mismo dio por cerrada, la temática extraterrestre, pero que vio necesaria para transmitirle al mundo el mensaje de advertencia que encierra la citada enjundia.




   No hace falta decir que la cinta es una adaptación de la famosísima y homónima novela del escritor inglés H.G. Wells, que, en 1898, fecha de su publicación, aterrorizó al mundo mediante el relato de una invasión alienígena a la Tierra. Por aquel entonces, el autor ya era conocido por obras como La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896) y El hombre invisible (1897), en las que lograba mezclar ciencia ficción e ideología marxista con el fin de divulgar esta última entre sus más asiduos lectores; en este sentido, y en el caso de La guerra de los mundos, fabulaba sobre el colonialismo decimonónico del Reino Unido, presentando a la sazón a los marcianos de su libro como si fueran aquellos ingleses que navegaban por el mundo implantando su forma de vida, en detrimento de la que ya tenían los países adonde aquellos arribaban. La novela alcanzó tanto éxito que sembró entre sus contemporáneos la creencia en los extraterrestres, algo que germinaría en los años cincuenta con el supuesto primer avistamiento ovni de Kenneth Arnold (para saber más, pincha aquí) y que el cine aprovecharía para realizar grandes obras de este subgénero (recordemos que entre ellas se encuentra la primera adaptación de la novela de Wells, dirigida por Byron Haskin en 1953).  

   Pero, como decíamos en un artículo anterior (aquí), si Wells patentó esa idea de los alienígenas malignos de la que tanto rédito sacó y el cine se aprovechó de ella para ofrecernos grandes títulos de la ciencia ficción que hoy todos recordamos, Steven Spielberg fue quien alteró esa visión cinematográfica (y mundial) para siempre. En efecto, pese a que él se había criado con estas películas sobre invasiones extraterrestres que dieron fama al Hollywood de los años cincuenta, pensó que ya era hora de dejar de temer a dichos visitantes y de verlos, por el contrario, como amigos de la humanidad (en cierto sentido, toma la idea del colonialismo de Wells para reescribirla, arguyendo así que los exploradores no debían invadir las naciones, sino estudiarlas y hasta mezclarse con ellas); con este fin, pues, realizó Encuentros en la tercera fase (id., 1977), donde se presenta por primera vez en la historia del séptimo arte una visión edulcorada de los aliens (en la Ultimátum a la Tierra de 1951, el entrañable Klaatu venía a nuestro planeta para advertirnos de una inminente guerra nuclear, pero no dudaba en usar a su robot Gort para hacer efectivas sus amenazas). Sin embargo, fue en 1982 cuando Spielberg dio su espaldarazo definitivo en este sentido, pues, mediante el estreno de E.T., el extraterrestre, le comunicó al mundo que los alienígenas no solo podían ser amables, sino amigables, que es el concepto que hoy manejan casi todas las personas que creen en la vida inteligente allende nuestras fronteras planetarias (dicho concepto fue tan popular que incluso obras maestras de la talla de La cosa se vieron menospreciadas en su momento por volver al concepto anterior, es decir, al de seres malignos).




   Por todos estos motivos, nos puede resultar extraño que sea el mismísimo Steven Spielberg quien, a través de La guerra de los mundos, vuelva al cine protagonizado por aliens, presentando además a estos últimos como esos seres demoníacos de los que él abominó (incluso en su posterior Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal presenta unos alienígenas nada bondadosos). Pero hay un elemento que, como decíamos arriba, lo impulsó a ello y que tal vez nos pasara desapercibido a muchos de nosotros: los atentados del 11 de septiembre de 2001. En efecto, como el cineasta revela en el documental Spielberg (Susan Lacy, 2017), cuyo comentario puedes leer aquí, decidió afrontar el film después de comprobar la fragilidad de la sociedad occidental, que siempre corre el peligro de ser invadida, amenazada o destruida, a pesar de que viva tiempos pacíficos; de este modo, y como quería hacernos ver que ese peligro parte del mismo seno de la sociedad occidental, ideó que los malignos marcianos no provenían directamente de su planeta de origen, sino del interior de la tierra, donde aguardaban el momento propicio para atacar al hombre. 

   En este sentido, pues, la cinta pretendía ser una parábola de los aciagos tiempos del 11-S, pero se ha convertido en una profecía de los que estamos viviendo hoy en Occidente. En efecto, cualquier lector puede echar un vistazo a la actualidad, para descubrir hasta qué punto se manifiesta la fragilidad de nuestra sociedad ante invasores extranjeros, que, sin embargo, ya vivían en nuestro seno: atentados terroristas cometidos por inmigrantes que hemos acogido, atropellos indiscriminados de peatones acometidos por musulmanes nacidos en Europa, y asesinatos y violaciones perpetrados por refugiados (por supuesto, y para más inri, todos ellos son actos silenciados por la prensa internacional). Así, y como los marcianos del largometraje, el enemigo de nuestro mundo pretende teñir de rojo nuestro suelo (una sutil metáfora del director) para iniciar una nueva forma de vida, en la que no tengamos parte nosotros, que somos los que les hemos dado cabida durante tanto tiempo. Por supuesto que Spielberg no se opone a la acogida de los refugiados, pero sí que parece clamar por una nueva política que defienda nuestros intereses frente a unos invasores que pretenden acabar con ellos. 

   Por estos motivos, creo que La guerra de los mundos es un film a reivindicar. En el momento de su estreno, fue menospreciada por la crítica y por los seguidores del director, incluido el que esto suscribe, ya que, por todo lo expuesto, parecía más un empobrecimiento en su carrera que un paso adelante; por otro lado, era una clara demostración de que el cineasta se había convertido en un artesano, en vez de seguir siendo un apasionado, como era en sus primeras cintas. Sin embargo, el paso del tiempo nos ha mostrado que estábamos equivocados, puesto que hoy puede ser vista como esa parábola, corroborada por su autor, de los peligros que amenazan a nuestra sociedad y a nuestra forma de vida y que, sin quererlo, hemos alojado y alimentado en nuestro propio suelo.




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